En el duelo por la defunción de Interviú las plañideras han justificado sobradamente su sueldo, y el "qué bueno era" ha coronado las cumbres del Himalaya. Por respeto a los restos mortales de la periódica publicación, que todavía siguen calientes en el recuerdo de todos, no se ha querido hacer público el resultado de la autopsia, donde los forenses han detectado un veneno letal procedente de la red, donde la pornografía, además de ser la misma o más explícita que la del papel, es mucho más abundante y no hay que pagar ni un céntimo por su consumo. Los deudos de la revista fallecida han nombrado portavoz de toda la plantilla al que fuera el primer director de la desaparecida publicación, Antonio Álvarez Solís, un personaje flexible de trayectoria nada rígida, que en su vida supo descubrir la dirección del viento, para colocarse siempre a favor del mismo, a pesar de los cambios climáticos. Antonio Álvarez Solís nació en 1929 y con 22 años ya se ganaba la vida como secretario del gobernador civil de Barcelona, cuyo titular tenía más de militar que de civil, pues don Felipe Acedo Colunga -que así se llama el Poncio para el que trabajó Álvarez Solís- fue el teniente coronel que actuó de fiscal en el Consejo de Guerra contra Julián Besteiro, para el que pidió la pena de muerte. Permaneció en el gobierno civil de Barcelona nueve años y trabajó otros veinte en La Vanguardia Española, que ese fue su nombre hasta 1978.
Interviú ha sido calificada, en el duelo mortuorio, de faro y guía de las libertades y los derechos
Como hemos dicho, Álvarez Solís fue el primer director de Interviú, revista que como habrán podido sospechar, ha sido calificada, en el duelo mortuorio, de faro y guía de las libertades y los derechos, en un sacrificado e impagable trabajo por los demás, definido por su primer director con estas palabras: "Nosotros éramos los defensores del pueblo". Álvarez Solís también ejerció en distintas emisoras, entre otras la COPE, que olfatea el catolicismo de sus colaboradores desde tan lejos, que por eso ni lo huele. Asimismo, es autor de algo impreso que se titula Franco y sus gentes, donde Álvarez Solís escribe como Julio César, que cuando le lees parece que hubiera sido otro el combatiente en Las Galias. Y digamos, por fin, que el antiguo secretario del gobierno civil de Barcelona durante el franquismo, remató la serie de sus pases políticos con una larga revolera y se presentó al Ayuntamiento de Bilbao en 2011 en la candidatura de Bildu.
Emilio Romero, que fue uno de sus colaboradores habituales, escribía cuatro artículos al mes para lo que (...) no necesitaba emplear más de una jornada laboral de ocho horas en total (...) y por lo que cobraba medio millón de pesetas
Por lo que se ha publicado estos días, el cauce del dinero se desbordó en Interviú. Emilio Romero, que fue uno de sus colaboradores habituales, escribía cuatro artículos al mes para lo que, dado su talento y sus muchos años de oficio, no necesitaba emplear más de una jornada laboral de ocho horas en total para ejecutar el cuarteto y por lo que cobraba medio millón de pesetas. Por entonces, un obrero, por trabajar durante un mes, percibía veinte mil pesetas; es decir, veinticinco veces menos que lo que le pagaban a Emilio Romero por darle, solo durante ocho horas, a la pluma o a la máquina de escribir, porque por entonces no existían los ordenadores. Y como equivalía a 37 veces el salario interprofesional, si lo traducimos a euros actuales da un montante de 28.000 por los cuatro artículos; es decir, a 7.000 por pieza. Y el resto de los colaboradores, que junto con Emilio Romero son calificados por el director de Interviú como los defensores del pueblo, si no cobraban tanto como él, no le debían andar muy lejos. Uno de ellos era Nicolás Sartorius Álvarez de las Asturias Bohorques, descendiente de aquel Sartorius, presidente del gobierno en el reinado de Isabel II en el siglo XIX, que amañaba las concesiones de la construcción del ferrocarril en España en favor de su amigos. Pero este Sartorius de Interviú, que como ya queda dicho formaba parte del equipo de los defensores del pueblo, era del Partido Comunista, defensor de la clase proletaria, motivo por el que daba empleo a un individuo en calidad de mayordomo suyo, al que le enviaba periódicamente a la revista para recoger el cheque que le correspondía por sus escritos.
Los millones de ejemplares vendidos, y por lo tanto, de millones de pesetas que entraban en las arcas del Grupo Zeta, no se presentaba como el resultado de satisfacer los más bajos instintos de los lectores. Estos, naturalmente, no confesaban comprar la revista por ese motivo
El número millonario de ejemplares vendidos, y por lo tanto, de millones de pesetas que entraban en las arcas del Grupo Zeta, no se presentaba como el resultado de satisfacer los más bajos instintos de los lectores porque, naturalmente, ninguno de ellos confesaba que adquiría la revista para ver la carnicería, que exponían por dinero toda una serie de mujeres más o menos famosas. Eran los artículos y los comentarios expuestos por los defensores del pueblo, por lo que ellos contribuían con su dinero al éxito de la revista. Pero eso solo se dijo al principio. Después ni siquiera esa hipócrita excusa se utilizó para tapar su obsesiva dependencia sexual, una vez que fueron sometidos por el atractivo del mal. Y los principios cristianos del pudor y la modestia, que regían las relaciones de la sociedad española de entonces, fueron sustituidos por las propuestas del autor de Las flores del mal que en cierta ocasión escribió: "El amor a la obscenidad es tan vívido en el corazón natural del hombre como el amor a uno mismo". Sabiéndolo o no, se rendían ante Baudelaire, que hizo de la droga y la prostitución el afán supremo de su vida y de sus escritos, para proponer que, ya no era el bien lo que debía guiar la vida de los hombres, sino que era el sometimiento al mal el verdadero fundamento de la felicidad de los hombres. Los seguidores del mal eran los triunfadores y tenían asegurado el éxito, mientras que los cristianos eran presentados como seres despreciables y retrógrados. Y las embestidas de los hijos de las tinieblas ganaron en ferocidad, cuando se dieron cuenta que en el territorio de los hijos de la luz no lucía ni un candil. Fue entonces cuando una revista femenina, dirigida a las adolescentes, publicó y glosó en su editorial la pintada que había aparecido en la fachada de una iglesia de Madrid, si es que no la había hecho algún periodista de su redacción. El texto era este: "Las chicas buenas van al cielo, y las malas a todas partes". Y en el editorial de esa revista, para pasar del bien al mal, para renunciar al cielo a cambio de hacerse presente en cualquier parte de esta tierra, a las adolescentes no se les recomendaba empaparse de los versos de Baudelaire, sino acortarse la falda veinte centímetros, no reprimir su instinto sexual y consumir anticonceptivos, sobre todo los de la marca que se anunciaba en sus páginas.
Los principios cristianos del pudor y la podestia fueron sustituidos por las propuestas del autor de 'Las flores del mal', Baudelaire
Y en aquellos años sucedió lo peor, porque ya no nos hubiéramos conformado con lo malo, que como es sabido consiste en que los buenos no hagan nada, como decía Edmund Burke. Lo peor fue que los acreditados como buenos, oficial e institucionalmente, no se quedaron quietos y en lugar de proponer frente al mal los principios que habían construido la civilización cristiana durante siglos, actuaron como tontos útiles de los malos y comenzó una competición para ver quién era el más moderno de todos, e incluso de todas. El día que se escriba la historia de la generalizada cobardía de los católicos españoles para no hacer frente al mal, vamos a conocer episodios tan lamentables y chuscos, como la ocurrencia de esa católica tan moderna como es Cristina López Schlichting, que ahora anda diciendo "que hay demasiado sexo sin amor, y que por eso hay tanta tristeza afectiva", cuando ella, durante meses en la COPE, la radio de la Conferencia Episcopal, mantuvo un espacio todas las semanas que se titulaba "Hablando de sexo con Cristina". Pura fontanería sexual, por clasificarlo amablemente. Y para empobrecimiento intelectual de sus oyentes, dicen que el programa de sexo de la Schlichting no presentó ninguna aportación original y les supuso una gran pérdida de tiempo, pues todo lo que hay que saber de este tema se reduce a un capítulo de la llamada Gramática Parda, que en mi barrio de Vallecas lo aprendíamos en una tarde. A partir de ahí, todo lo que excedía de aquella sesión iniciática era hablar de guarrerías. Y a fuer de sincero, he de decir que de vez en cuando hablábamos de eso y teníamos conversaciones guarras, lo que se comprenderá en los hijos de los proletarios, que éramos toscos y rudimentarios, y por eso nosotros lo de la colita, que diría la Schlichting, lo decíamos con otra palabra. Pero como en la COPE, que como ya hemos dicho es la radio de los obispos, no se puede dar cabida a los guarros, tengo que concluir que la cantidad de tardes empleadas por Cristina para hablar de sexo no fue una guarrería, sino que fue debido a lo complicado que le resultaba a ella, por ser persona de alta alcurnia y poseer una sublime concepción del sexo, exponer en el mismo tiempo lo que los toscos y rudimentarios hijos de los proletarios resolvíamos, durante una tarde, en una única clase de Gramática Parda. Javier Paredes javier@hispanidad.com