Andan subidas por las ramas las feministas, porque Francisco Granados ha dicho que Ignacio González y Cristina Cifuentes mantuvieron una relación sentimental. Y las feministas se han tenido que limitar a quedarse solo en las ramas, porque en la copa del árbol ya se habían acomodado los feministos, que haberlos haylos hasta en la COPE de Fernando Giménez Barriocanal, que hay que ver lo que da de sí el jefe de la radio de los obispos. Carlos Herrera no perdió ni un solo día, y en menos de veinticuatro horas después de haberse producido las declaraciones de Francisco Granados, en sede judicial, ha llevado a su programa a la presidenta regional de Madrid. Y no lo ha hecho porque reparta alpiste en forma de publicidad institucional, como algunos mal pensados pudieran maliciar, sino solo por el interés informativo. Pero lástima…, gran oportunidad pérdida, porque Cristina Cifuentes, más que explicarse, se ha despachado a discreción contra su antiguo camarada, del que ha dicho literalmente y por este orden, que "es un mentiroso, miserable, mezquino y bastante machista".
Y si no, reparen en Enrique VIII.
Pero entre la polvareda de tanto insulto se nos ha perdido don Beltrán, ya que por lo dicho por Cristina Cifuentes no queda claro en qué ha consistido la mentira de Francisco Granados. Así es que no sabemos si lo que ha querido desmentir Cifuentes es que ella no es ninguna trepa y que no ligó con González, porque para ascender en el partido no necesita utilizar las llamadas armas de mujer. Lo que sí parece más claro es que ella ha desmentido que no ha hecho trampas con el dinero. Y todo esto no es bello ni instructivo, ya que en esta ocasión Cristina Cifuentes no ha aprovechado los micrófonos de la COPE para decir la verdad de todo lo que ha pasado. Una pena, por otra parte, que Carlos Herrera no la haya serenado y no haya contribuido al enfriamiento de la cabeza de la señora Cifuentes, que es lo que debería haber hecho en beneficio de la verdad informativa. Porque cuando uno embarranca en el lodazal del insulto, puede que después de proferirlo se quede a gusto, pero todo eso no sirve para nada porque no contribuye a descubrir la verdad.
Por el tono empleado en el último de los insultos, lo que más parece haberle dolido a Cifuentes es que Francisco Granados se haya referido a su relación sentimental con Ignacio González.
Conozco yo a un profesor que después de explicar el Trienio Liberal (1820-1823), se liaba la Historia a la cabeza y ponía a Fernando VII como digan dueñas y el calificativo más suave que le adjudicaba era lo del "rey felón" y se refería a los últimos diez años de su reinado como la "Década Ominosa", por lo que, según él, no merecía la pena explicarla, y de este modo sus alumnos se quedaban sin saber lo que había ocurrido en España desde 1823 hasta la muerte del rey, el 29 de septiembre de 1833. Por el tono empleado en el último de los insultos, lo que más parece haberle dolido a Cifuentes es que Francisco Granados se haya referido a su relación sentimental con Ignacio González, por lo que le ha subido en el podio de los machistas, y le ha otorgado la marca de "bastante machista", que vaya a usted a saber si con eso del "bastante" es suficiente para colgarse la medalla de bronce, la de plata o la de oro. Y por esta senda trazada por la titular del gobierno madrileño han transitado con mayor o menor entusiasmo las feministas y los feministos de la derecha pagana, porque las feministas y los feministos de la izquierda guerracivilista, salvo rara excepción, se han quedado callados.
Gracias a una relación sentimental perdurable, que se llama matrimonio, el reinado de los Reyes Católicos tuvo importantísimas consecuencias para España, para el mundo y para la expansión del Cristianismo.
Y vamos a por el argumento, que parece mentira que siendo tan endeble, se haya generalizado y haya sido aceptado casi unánimemente en los medios de comunicación. Esto es lo que dicen: no se puede afirmar que Cristina Cifuentes conocía lo que hacía Ignacio González y que hasta fueron cómplices en la corrupción mientras mantuvieron una relación sentimental. Ignoro si la acusación de Granados es falsa o es cierta y, como no ha dado detalles, no sé si la relación sentimental se quedó en un amor platónico, si hacían manitas por los pasillos de la sede del partido o pasaron a mayores entretenimientos. Pero lo que no cabe en cabeza alguna es negar la relación que siempre existe entre la vida privada y la vida pública, y máxime cuando hay por medio ligoteo, pues como sabiamente dice el refrán castellano desde hace siglos: "dos que duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma opinión". En la Historia no hay leyes necesarias, porque la Historia es la historia de la libertad, por cuanto la Historia estudia los actos humanos y no hay acto humano sin libertad. Por eso, el objeto propio de la Historia es el estudio de la decisión; es decir, averiguar qué hacemos con las herencias recibidas: si las rechazamos de plano, si las aceptamos tal cual o si las recibimos y las modificamos. Por eso, cuando decimos que una tasa de natalidad es del tantos por mil, debemos pensar que esa tasa es la expresión de un conjunto de decisiones bien determinadas y personales, porque si no nos agarramos a la libertad para explicarlo, habrá que recurrir a esa bella imagen del principio de la película de Dumbo, en la que una bandada de cigüeñas surcan los cielos con los bebes en sus picos y los van depositando amorosamente por las casas.
Y por el contrario, como consecuencia de una relación sentimental pasajera, a la que bien podríamos llamar lío, capricho y golfada, el rey Enrique VIII de Inglaterra separó a los católicos ingleses de Roma.
Para bien, y también para mal, la Historia está llena de consecuencias muy importantes derivadas de relaciones sentimentales. Gracias a una relación sentimental perdurable, que se llama matrimonio, el reinado de los Reyes Católicos tuvo importantísimas consecuencias para España, para el mundo y para la expansión del Cristianismo. Y por el contrario, como consecuencia de una relación sentimental pasajera, a la que bien podríamos llamar lío, capricho y golfada, el rey Enrique VIII de Inglaterra separó a los católicos ingleses de Roma, se autoproclamó cabeza de la Iglesia Anglicana y entregó al verdugo a cuantos desaprobaron públicamente su conducta, por atreverse a decir que la vida privada del rey no se quedaba encerrada en la alcoba regia y que, por lo tanto, iba a tener repercusión en la vida de los habitantes del reino, desde el noble más encumbrado hasta el último y más humilde de sus vasallos. Javier Paredes javier@hispanidad.com