Una exactriz, Ginny, bastante inestable emocionalmente, trabaja como camarera en un restaurante. Desde hace años, y tras un fracaso anterior, está casada con Humpty, un hombre mayor y algo brusco, mientras mantiene una relación extraconyugal con Mickey, un atractivo socorrista. Cuando hasta su hogar llega huyendo Carolina, la hija de Humpty, con la que habían roto relaciones desde su casamiento con un gánster y cuyos compinches la persiguen ahora. A partir de ese momento, las relaciones entre los cuatro personajes variarán. Woody Allen vuelve a tomar como escenario Coney Island (al igual que en Annie Hall) y aprovecha su emblemática noria para dar título a un relato donde la infidelidad, los celos y la traición irrumpen en la vida de cuatro personas, que viven en la década de los años 50. El octogenario director neoyorkino ha escrito un argumento prometedor, pero en el que flojean los diálogos, algunos tremendamente pesados. Los que hayan seguido la trayectoria de este cineasta saben de su gusto por las peroratas, que suelen funcionar bien en las comedias pero peor en los dramas, como ocurre en este caso. Tampoco aporta nada la faceta pirómana del hijo de la protagonista. No es una película menor del director, algo que ocurría con la anterior, Café society, pero, personalmente, le prefiero cuando aborda la comedia, con su humor irónico, que cuando se pone serio. Merece la pena destacar el precioso trabajo del veterano director de fotografía, Vittorio Storaro, (habitual colaborador de Carlos Saura). Para: Los que les guste Allen también en dramas Juana Samanes