Contemplando esta deliciosa comedia nipona me sentía como el protagonista de Gran Torino, Walt Kowalski, quien, en un momento de la trama dice que se siente más cercano a sus vecinos amarillos que a sus seres queridos. En mi caso, en cuanto a comicidad, me he sentido más próxima a esta apuesta japonesa que al humor que se hace en nuestro país, donde en demasiadas ocasiones la elegancia brilla por su ausencia y la obviedad y chabacanería son moneda de cambio.

El responsable es el octogenario director japonés Yôji Yamada, todavía en activo con películas donde relata historias repletas de humanidad, en las que despliega un humor envidiable. Tras la buena acogida de Maravillosa familia de Tokio, estrenada en España hace dos años, regresa con los mismos personajes en una nueva comedia donde llega a provocar la carcajada.

Mientras, su mujer viaja con unas amigas para ver la aurora boreal, el patriarca de la familia, el abuelo, aprovecha para hacer vida social mientras sus hijos y nietos le recriminan por seguir conduciendo a su avanzada edad. Precisamente, en una de sus correrías automovilísticas, volverá a reencontrarse con un antiguo compañero de colegio, a quien la vida le ha sido adversa. Ese encuentro, y posteriores acontecimientos, provocarán el caos en el hogar del primogénito de los Hirata.

Los que admiramos la trayectoria de este genial y multipremiado director nipón (su denominada “Trilogía del samurái” es una obra maestra) sabemos de su capacidad para describir con minuciosidad las costumbres de la sociedad japonesa, tan lejos pero, al mismo tiempo, tan cerca en cuanto a los sentimientos más íntimos e inquietudes vitales que puede albergar un ser humano de cualquier parte del orbe.

Con mucho talento y todavía más gracia afronta temas candentes de la sociedad con igual desenfado que profundidad porque en esta recomendable cinta se habla de la soledad de los ancianos, de la familia e, incluso, de la muerte como un paso hacía el más allá.

Para: Los que les gusten las comedias de calidad