• Con la muerte de Juan Pablo II (10 años) vino el declive acelerado de la Iglesia y del mundo.
  • No hablo sólo de Jerarquía, hablo del conjunto de los cristianos y del aumento de la corrupción.
  • Ese pudrimiento es necesario, como lo es la dolorosa purificación para superarlo.
  • Pero sólo como principio de la resurrección de la sociedad, en una recia "civilización del amor".
  • La humanidad no vive una tragedia, vive un drama épico, con final feliz.

Cristo ha resucitado. Toda la filosofía cristiana, la arquitectura más poderosa de pensamiento jamás alcanzada por la raza humana, parte de un aparente sinsentido: Dios Creador, el que hizo al hombre de la nada, el que no necesita del hombre, se deja clavar en una cruz por el hombre para librar al hombre de la muerte eterna.

La razón está en el mensaje, nunca superado, de San Juan: "Dios es amor". La verdad no se cimienta sobre una contradicción, pero sí en una proposición que, de primeras, asusta, pues parece un sinsentido. ¿Por qué habría el Creador de amar a la criatura, es decir, de necesitar a la criatura? Y, sin embargo, el mundo no tiene otra explicación que ésta: el Creador ama a la criatura.

El jueves 2 de abril se cumplieron 10 años de la muerte de Juan Pablo II, el polaco al que Dios, según revelación anterior a santa Faustina Kowalska, puso al frente de la Iglesia para que "prepare mi Segunda Venida". Su muerte, en 2005, marca el comienzo acelerado del declive de santidad y el aumento de la corrupción –es decir, del pecado- en la propia Iglesia (he dicho Iglesia no solo Jerarquía) y fuera de ella, pues, así marche la Iglesia así marchará el mundo. Ahora toca purificación, que ya ha comenzado y, de inmediato, vendrá el triunfo de Cristo, con la mayor efusión del Espíritu Santo desde la fundación de la Iglesia en Pentecostés. ¿Cómo definió ese momento, San Juan Pablo II? Pues de esta guisa: "La civilización del amor".

Por tanto, este Domingo de Resurrección se enmarca en este tiempo único, marcado por un profundo desamor que precede al gran cambio. Estamos en la época de la bestia del mar y la bestia de la tierra.

La bestia del mar, la más temible, viene del mundo, sólo la bestia de la tierra se describe como perteneciente a las entrañas del Cuerpo Místico. Una bestia civil y otra religiosa, para entendernos que, en una simplificación, probablemente exagerada, algunos identifican como el antipapa y el anticristo, aquél a las órdenes de éste.

Un símbolo sobre el que no hay que pensar demasiado (total, todo lo que pensemos será falso) pero que sí da que pensar. Porque lo que llama la atención son las luchas por hacerse con el control de la curia cuando el peligro viene del mar, del mundo civil que espera la descomposición de la Iglesia, no para eliminarla, sino para conquistarla. Y la bestia del mar ha avanzado mucho en su ataque. Tanto, que se aproxima el momento de su derrota. Todavía no ha alcanzado su cénit, pero le queda poco.

El pasado Jueves Santo se cumplían 10 años de la muerte de Karol Wojtyla, hoy san Juan Pablo II. En esos 10 años ha degenerado tanto el Cuerpo Místico y se ha disparado tanto el nivel de corrupción –es decir, de pecado- que la única salida es la de siempre: confianza en Dios y abandono en sus manos. Él sí sabe en qué consiste la conversión del corazón y Él es quien marca los tiempos de la liberación.

El actual silencio de Dios es el prefacio de su teofanía, el preámbulo de que "se acerca sobre vosotros una tan grande efusión del Espíritu Santo, como nunca en la historia de la Iglesia".

La Iglesia vive hoy 'a la espera de'.

Levantad la cabeza, se acerca vuestra liberación. No es tiempo para la tristeza. La humanidad vive un drama, no una tragedia, con final feliz. La tristeza queda para los necios.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com