Sr. Director: Después del panorama político bastante desolador que estamos sufriendo los españoles, surgió una noticia que, al menos, hizo renacer nuestra esperanza: ¡al fin se ha optado por que Rajoy pueda ser investido y, por tanto, empezar a gobernar. A las pocas ¿horas? el Partido Socialista aclaró que investir a Rajoy sí, pero de gobernar, nada de nada. En resumen: el pueblo español seguirá a la deriva, hasta que a sus dignísimos representantes les dé la gana (con perdón). Para llegar a esta conclusión "brillante" no podemos dejar de recordar las torpes declaraciones del Secretario General del PSOE contra el Presidente en funciones, en las que -aun habiendo sido el PP el partido más votado- se empeñó en imponer el deseo de no apoyar su investidura "porque los españoles se merecen un gobierno de libertad y progreso", aunque los "merecedores" nos quedamos con las ganas de saber en qué y cómo se realizarían esas promesas. Lo único que resaltó en todos sus discursos (y se le notó mucho) fue su amor al sillón de mando, y lo que mejor se le entendió fue: "NO, ES NO". Ni Rajoy ni el Partido Popular eran, según él, dignos de ese sillón. Se le podría aplicar una expresión muy humorista que daba Chesterton: "No tiene importancia que maldigamos al vecino, siempre que no nos admiremos a nosotros mismos". También el gran político inglés W.Churchill llegó a decir: "A lo largo de mi vida, a menudo me he tenido que tragar mis palabras, y debo confesar que siempre lo he encontrado una dieta sana". Una buena lección para practicarla… ¿Se puede, entonces, hablar de esperanza? Si el resultado hubiera sido positivo, nos habría gustado exclamar un ¡OH! que puede significar alegría, alivio… Pero al ser tan incierto, la exclamación se convierte en ¡UF! que equivale a fastidio, enojo, cansancio…Esa clase de esperanza  tendría fecha de caducidad  muy próxima. Afortunadamente, y para levantar los ánimos, hay que recordar que  la esperanza cristiana es otra cosa. Dice el Papa Francisco, que no es simple optimismo, es algo más, es algo distinto. No es la simple capacidad de mirar las cosas con buen ánimo, ir hacia delante. Para acercarnos un poco podemos decir en primer lugar que la esperanza es un riesgo, es una virtud arriesgada, es una virtud, como dice San Pablo, "de una ardiente expectación hacia la revelación del Hijo de Dios. No es una ilusión". La esperanza cristiana no decepciona, es segura. Pero esa esperanza cristiana hay que ganarla. No hay que confundirla con la comodidad; es una virtud que, como todas ellas, requiere esfuerzo y lucha. Y si queremos contar con un gobierno acertado, hay que poner también el empeño y coraje necesarios para informarse, leer, conocer las distintas ideologías, ir a votar… Huir de la actitud superficial de aquellos que aunque tengan rasgos de cultura, no son capaces de desprenderse de su frivolidad. Pepita Taboada