Sr. Director: «Pero yo no puedo decir España, yo no puedo decir España. Yo no puedo utilizar la bandera roja y gualda. Yo puedo pensar... y decir yo soy un patriota de la democracia y por eso estoy a favor del derecho a decidir...». Son palabras de Pablo Iglesias, líder de Podemos, recogidas de uno de esos vídeos que inundan las redes sociales. Y no manifiesta que no le guste esta o aquella España, o que haya que cambiar esto o aquello de España. No. Lo que declara con aire compungido es que no puede nombrar a España ni utilizar su bandera. Si se tratara de cualquier otro ciudadano, esa impotencia quizás apenas carecería de consecuencias; pero cuando un sentimiento tan negativo lo confiesa alguien que persigue con indisimulada ansia participar en el Gobierno de España, la cosa es muy diferente. Porque con esa actitud, si a Pablo Iglesias se le abre finalmente el acceso al Gobierno nos podemos encontrar con un problema muy grave, tanto para España como para todos los españoles, incluidos los holgados cinco millones de votantes de Iglesias. Un problema que no nos iban a resolver desde Houston ni desde la Unión Europea. ¿Cabe imaginar otra nación cuyo postulante a vicepresidente confiese que no puede nombrarla o utilizar su bandera? Miguel Ángel Loma Pérez