Sr. Director: Ha abierto las noticias de estos días, la tremenda y feliz historia de un niño recién nacido salvado milagrosamente de una inminente muerte, al ser rescatado de un contenedor de basura donde su desgraciada madre lo había arrojado porque, según ella misma ha confesado, ya tenía tres hijos y se sentía muy agobiada con la venida de un cuarto. En otros tiempos, en que en los colegios se estudiaba una asignatura tan formativa como la Historia Sagrada, uno de los episodios bíblicos más impactantes era el del llamado «Juicio de Salomón». A este Rey de Israel, famoso por su sabiduría y su prudencia, se le presentaron dos mujeres recién paridas con dos niños apenas recién nacidos, pero uno vivo y el otro muerto. Disputábanse entre las dos la maternidad del vivo, y se atribuían mutuamente la del muerto. Careciendo el rey de medios para averiguar quién decía la verdad, pidió una espada y ordenó que se cortase por la mitad al niño vivo, para repartir una mitad a cada una de las madres y así acabar con el pleito. Pero al oír la terrible sentencia, una de las mujeres renunció a su reivindicación, pidiendo al rey sabio que el niño vivo se lo entregase a la otra, mientras ésta sí que aceptaba que se cortase al niño. Lo cual sirvió a Salomón para comprender que la auténtica madre era aquella en la que había prevalecido el deseo de que su hijo viviera, aunque fuese entregado a otra mujer. El episodio de este nuevo Moisés rescatado no de las aguas, sino de un contenedor de basura, demuestra que de poco nos sirve ya la sabiduría de Salomón. Porque lo que impera hoy entre muchas embarazadas y madres es justo la idea contraria del antes muerto mi hijo, que de otra que lo quiera y pueda criar. Una idea, por cierto, similar a la de los asesinos de sus parejas y el la maté, porque era mía; o antes muerta, que de otro. Miguel Ángel Loma Pérez