Sr. Director: Me permito romper una lanza por la virtud clásica de la castidad, muy necesaria también para fortalecer el matrimonio en tiempos de crisis. En la exhortación apostólica Amoris Laetitia del Papa Francisco, hay abundantes pautas positivas para construir y mantener el amor humano. Pero no desconoce -así en el n. 19- "la presencia del dolor, del mal, de la violencia que rompen la vida de la familia y su íntima comunión de vida y de amor. Por algo el discurso de Cristo sobre el matrimonio (cf. Mt 19,3-9) está inserto dentro de una disputa sobre el divorcio. La Palabra de Dios es testimonio constante de esta dimensión oscura que se abre ya en los inicios cuando, con el pecado, la relación de amor y de pureza entre el varón y la mujer se transforma en un dominio: 'Tendrás ansia de tu marido, y él te dominará' (Gn 3,16)". También, al abordar la adecuada preparación al matrimonio de los prometidos -ya no se puede llamarles novios-, se insiste en "recordar la importancia de las virtudes. Entre estas, la castidad resulta condición preciosa para el crecimiento genuino del amor interpersonal" (n. 206). Y es que, como señala san Josemaría Escrivá en una homilía pronunciada justamente en una fiesta de la Sagrada Familia, con palabras difícilmente superables, "la castidad ?no simple continencia, sino afirmación decidida de una voluntad enamorada? es una virtud que mantiene la juventud del amor en cualquier estado de vida. Existe una castidad de los que sienten que se despierta en ellos el desarrollo de la pubertad, una castidad de los que se preparan para casarse, una castidad de los que Dios llama al celibato, una castidad de los que han sido escogidos por Dios para vivir en el matrimonio" (Es Cristo que pasa, n. 25). Enric Barrull