Sr. Director:

Hace mucho le oí a un cardenal con cierto prestigio decir que, en la Iglesia, para ser libre hay que ser pobre. La relación entre dinero e Iglesia nunca ha sido fácil. En tiempos de trasparencia son muchos los esfuerzos que se han hecho y se están haciendo en la gestión de los recursos.

Pensar en la financiación de la Iglesia implica no confundir los fines con los medios. Instrumentalizar un mecanismo como la asignación tributaria dice muy poco de la responsabilidad de cada uno ante la conciencia de sostenimiento de la Iglesia, que es obligación de todos.

En este sentido, las diócesis han dado importantes pasos. Es cierto que si se han mejorado los sistemas de gestión, ahora hay que replantear las fuentes de los ingresos.

La situación económica de las diócesis españolas, por cierto, es muy variada. Aunque no prolifera la información sobre los estudios ni mapas de conjunto, podemos tener en cuenta que desde un caso de intervención de facto, pasando por algún otro de crisis inminente, hay otras que han sabido asegurar la estabilidad presupuestaria. La idea general es que hay que preparar bien el futuro inmediato.

¿No habrá llegado el momento de un cambio general de modelo, de paradigma?  En este cambio juega un papel muy importante la conciencia de los fieles y los mecanismos que inciden en esa conciencia. De los fieles y de los hombres y mujeres de buena voluntad que quieren contribuir al bien general de la sociedad española apoyando a la Iglesia que sirve con sus obras y con sus palabras, con sus gestos y sus ideas. En este sentido aunque pobre pero la X en la declaración de renta es necesaria.