Sr. Director: Tras sucesivos avatares electorales, aquel año Podemos consiguió por fin acceder al ansiado Gobierno; y como una de sus obsesiones fuera relegar el catolicismo al ámbito privado, dedicó su primera ley a "ocuparse" de la Semana Santa. Pero conociendo que esta fiesta suponía una importante fuente de ingresos para todos, la abrió concertando variados actos también para musulmanes y chinos. A los primeros, como indemnización moral por la expulsión que padecieron siglos ha, se les facilitó durante esos días el uso compartido de las catedrales e iglesias, previo ocultamiento de las imágenes cristianas para no herir sus sensibilidades. Y a los segundos, que para entonces ya eran dueños de la mayoría de comercios y clubes deportivos, se les ofrecieron circuitos por el centro de las ciudades donde celebrar sus alegres cabalgatas de dragones multicolores. En cambio, las clásicas procesiones católicas quedaron muy limitadas al fomento del turismo. En vez de cirios y cruces, los nazarenos portarían bengalas y globos publicitarios de atrevidos mensajes y formas, que repartirían alegremente a su paso; y en las ciudades de más probada afición, se habilitaría un carril cofrade permanente. También se suprimirían los uniformes de aspecto militar en las bandas de música procesionales, exceptuando la boina chavista; y en homenaje al afamado alcalde  gaditano, se añadiría el pito carnavalero como instrumento sustitutivo de la corneta. Pero pasado un tiempo, se inició el declive podemita y comenzó a recuperarse algo de lo perdido... Fue entonces cuando aquellos que más habían alabado las disparatadas reformas, se alzaron los primeros en elogiar la rescatada Semana Santa. Y es que había cosas que nunca cambiarían. Miguel Ángel Loma