Sr. Director:

La muerte del pequeño Alfie Evans enseña que a veces son necesarios desgraciados episodios como éste, para atisbar el futuro que nos espera al paso que vamos.

Diagnosticado con una enfermedad neurológica incurable, los jueces y los médicos del hospital donde lo retuvieron, negaron a los padres de Alfie el traslado de su hijo a otro hospital, y con ello toda esperanza. 

Erigidos los Estados contemporáneos en monarcas absolutos, dictan sus condenas a muerte sobre los más inermes e inocentes de sus súbditos, por encima de cualquier otra autoridad; incluida la sagrada patria potestad de unos jóvenes y valientes padres.

Condenas que además son bendecidas por un Tribunal que se proclama defensor de los Derechos Humanos. Pero, aunque sólo fuera desde una perspectiva egoísta, este caso debería alarmarnos.

Pues si eso ha sucedido en el árbol verde de un niño de 23 meses, venciendo la oposición de unos combativos padres, ¿qué sucederá en la seca arboleda de unos ancianos enfermos, cuya sola presencia moleste incluso a muchos de sus familiares? 

Cuando nos cuenten que la eutanasia sólo se le practicará a quien la solicite, recordemos a Alfie; y no nos preocupemos tanto por el futuro de las pensiones... Esta vieja Europa, donde apenas ya nacen niños, tampoco será lugar para viejos.