Sr. Director: Desde el Concilio Vaticano II se ha impuesto en el orbe católico, a pesar de reticencias innegables, un esfuerzo por el diálogo interreligioso, promovido también en la práctica por el correspondiente dicasterio vaticano, que ha ido cambiando de nombre y competencias. Pero la visión positiva y comprensiva hacia la religión musulmana no puede poner entre paréntesis realidades que pesan negativamente hoy en el mundo, en parte por cuestiones económicas y estratégicas, pero también como consecuencia de fundamentos tradicionales desde Mahoma en la esfera islámica. No se puede olvidar, en concreto, una tendencia básica que es la unión inseparable entre fe y política, que choca con la vida real en el occidente de origen cristiano. Como recordaba en prensa italiana Samir Khalil Samir, profesor en el Instituto Pontificio Oriental de Roma y en la Universidad Saint Joseph de Beirut, el origen de las guerras y los enfrentamientos que causan derramamiento de sangre en Oriente Medio es la concepción radical del islam sunita que considera a los chiítas herejes, no auténticos musulmanes. Representan alrededor del 15% de los discípulos de Mahoma y están en el poder en Irán, Siria e Irak. Contra estos países han declarado la guerra los sunitas, comenzando en 2011 con la rebelión contra el régimen sirio de Bashar el Asad, no menos dictatorial que la mayoría de los Estados de esa región del mundo. La rebelión interna fue respaldada automáticamente -si no inspirada- por Arabia Saudita y Qatar, que llegaron luego a crear un grupo terrorista contra los chiítas. Inexplicablemente se presentan como -son- aliados estratégicos de Estados Unidos. José Morales