Sr. Director: Si la libertad ideológica es un derecho humano básico, es lógico que reciba algún tipo de protección en las leyes penales, para impedir abusos y violaciones. Pero no parece lógico el bandazo producido en Rusia tras la caída de la URSS soviética: de ser un régimen que militaba activamente por el ateísmo -los abuelos cumplieron un gran papel en la transmisión clandestina de la religiosidad-, ha pasado a una defensa no menos opresiva de la fe cristiana ortodoxa. Los biempensantes ateos de ayer pueden ser hoy delincuentes, condenados a penas desproporcionadas. Así sucede con la reciente sentencia que condena a un joven bloguero a tres años y medio de prisión, por jugar al Pokemon Go en una catedral de los Urales. No era un juego inocente, pues llevaba consigo un tratamiento blasfemo de la figura de Jesús, acompañado -en el vídeo difundido en las redes sociales- de una canción con aparente modulación litúrgica, pero vejatoria para la Virgen Madre de Cristo. Aunque se le dispensa de volver a ingresar en la cárcel -ha cumplido varios meses de prisión preventiva-, se le condena por un delito, tipificado en el código penal de 2013, de violación de los sentimientos de los creyentes, con incitación al odio religioso. Ese precepto se aplicó en su día a un grupo de rock, las Pussy Riot, que manifestaron violentamente su oposición a Putin en el altar mayor de la catedral de Moscú, sede del patriarcado. Las penas no son tan graves como las establecidas por la tristemente famosa ley de la blasfemia, vigente en diversos Estados de la órbita musulmana. Pero no deja de contrastar con el permisivismo práctico que se va implantando en Occidente y deja impune acciones intolerantes contra la sensibilidad cristiana. José Morales