Sr. Director: El impacto que produjo el Papa en Estados Unidos es muy significativo. No es que haya despertado una ola de conversiones masivas. No, no es el caso. Pero su blanca vestimenta y su rostro transparente inundaron tozudamente las pantallas de centenares de millones de televisores en este país las 24 horas del día, en casas de familia, en restaurantes y hoteles, en estaciones de servicio y salones de peinado, en aviones y aeropuertos. El efecto Francisco penetró la médula de un país en el que sólo un cuarto de su población es católica, y donde se desatara el más grande escándalo de abusos sexuales por parte de sacerdotes, que se tenga conocimiento en la historia de la Iglesia. Su tono suave, su mirada sincera, su discurso integrador, su actitud humilde, su disponibilidad constante, sus demandas respetuosas y claras, calaron el alma de muchos de los consuetudinarios detractores de la Iglesia en Estados Unidos. Es que les hizo deponer las armas. Les dejó sin excusas. Les arrebató, con bondad y contundencia, todos sus argumentos. No es que hoy la Iglesia haya llegado a un "punto ideal" (si es que éste existiera) de conversión personal y de compromiso solidario con el hermano, con el mundo, aunque sin duda hacia esa meta se dirige. Los críticos de la Iglesia lo eran contra su doctrina, por sus fallas, o por lo que fuera, bueno o malo, y el Papa solía ser el blanco predilecto de las granadas arrojadas por los medios de comunicación, en gran parte generadores de pensamiento masivo. Enric Barrull Casals